En lo alto de los Andes, cuando llega mayo, se siente algo especial. Las cruces, que durante el año vigilan desde los cerros, bajan a los pueblos vestidas de flores, cintas de colores y mucha fe. La llamada Fiesta de las Cruces, o Cruz Velacuy, es una de esas celebraciones que no solo se ven, se sienten. Para muchos, no es solo una fiesta religiosa: es el momento en que lo antiguo y lo nuevo se encuentran, lo cristiano y lo ancestral se abrazan.
Para quienes viven esta tradición, y también para quienes se acercan con respeto, es una oportunidad de conectar con algo más profundo: la tierra, los cerros, los espíritus protectores, y la historia que aún vive en cada comunidad.
¿Qué es la Fiesta de las Cruces?
La Fiesta de las Cruces se celebra cada 3 de mayo, coincidiendo con el Día de la Santa Cruz en el calendario católico. Sin embargo, su verdadero significado va mucho más allá del rito cristiano. En las comunidades andinas, esta fecha representa una oportunidad para agradecer a los cerros —los apus— por la protección, el agua, la fertilidad y las cosechas.
Con la llegada de los españoles, la cruz fue impuesta como símbolo de la fe cristiana. Pero lejos de borrar las creencias locales, fue asimilada y reinterpretada. Hoy, cada cruz andina no solo representa el cristianismo, sino también una manifestación del espíritu protector del territorio. Por eso, muchas de estas cruces están ubicadas en lo alto de los cerros o en puntos estratégicos del paisaje, conectando cielo y tierra, lo humano y lo divino.
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¿Cómo se celebra esta fiesta?
La celebración varía según la región, pero suele seguir una estructura que mezcla ritos religiosos, procesiones, danzas, música, comidas típicas y ofrendas.
La velación de la cruz
Durante la noche previa, las cruces son bajadas de los cerros o de sus capillas y son veladas por las familias encargadas. Esta ceremonia, conocida como velacuy, incluye rezos, música, canto y una profunda muestra de devoción. Las cruces se decoran con flores frescas, tejidos bordados a mano, espejos, frutas, hojas de coca, cintas de colores y velas encendidas que simbolizan la luz espiritual.
El ambiente es íntimo, cargado de emoción, y suele incluir una banda de músicos que acompaña la velada hasta el amanecer.
La misa y la procesión
Al día siguiente, se celebra una misa en honor a la Santa Cruz, generalmente en la iglesia del pueblo. Luego se realiza la procesión de la cruz, un recorrido solemne y festivo que puede durar varias horas. En algunas comunidades, las cruces son cargadas en andas pesadas por varias personas, acompañadas de comparsas de danzantes y músicos, fuegos artificiales y una multitud de devotos.
Esta procesión no solo es un acto de fe, también representa una conexión entre lo terrenal y lo espiritual: llevar la cruz por caminos empinados, cerros o campos simboliza la carga compartida de la comunidad y el respeto al territorio.
Las danzas y el almuerzo comunitario
La fiesta no estaría completa sin las expresiones artísticas propias de cada región. Se presentan danzas como los negrillos, los qollas, los chunchos, los saya afroandinos y los pablitos, que representan historias de resistencia, espiritualidad y mestizaje.
Después de la ceremonia, se ofrece un almuerzo comunal donde todos los asistentes comparten platos típicos como pachamanca, chicharrón, tamales, sopa de quinua o cuy. La comida, al igual que la cruz, es sagrada: se sirve como ofrenda, agradecimiento y símbolo de unión.

¿Dónde se celebra la Fiesta de las Cruces?
Aunque se celebra en todo el país, las expresiones más intensas y tradicionales de esta festividad se encuentran en:
Cusco
Cusco no solo es cuna del Imperio Inca, sino también uno de los lugares donde la Fiesta de las Cruces alcanza niveles espectaculares. En barrios como San Blas, Santiago y San Cristóbal, las velaciones se hacen en capillas coloniales, donde las cruces se adornan con tejidos cusqueños, coronas de flores, panecillos y frutas andinas.
En el Valle Sagrado, pueblos como Pisac, Chinchero y Urubamba combinan esta festividad con rituales a la Pachamama. Las cruces bajan de los cerros con bandas de música y danzas como los chunchos o cacharpayas, generando un ambiente mágico. Las comunidades campesinas invitan a los visitantes a compartir la misa, la procesión y la comida tradicional.
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Ayacucho
Reconocido por su fervor religioso, Ayacucho convierte la Fiesta de las Cruces en una obra de arte viva. En Vilcashuamán y Huanta, la cruz es vestida con telas bordadas a mano y montada sobre estructuras hechas de madera y flores. Durante la procesión, los pobladores visten atuendos típicos como los huamanguinos o danza de tijeras, que representan espíritus protectores.
En Carmen Alto y San Juan Bautista, se escuchan los tradicionales violines ayacuchanos, y las calles se llenan de aromas de tamales, sopa de mondongo y chicha fermentada. La comunidad se reúne no solo por fe, sino como acto de memoria ancestral.

Huancavelica
En esta región altoandina, la Fiesta de las Cruces no puede separarse del calendario agrícola. En lugares como Acobambilla y Tayacaja, las cruces se visten con tejidos elaborados por mujeres locales, frutas, espinas y flores silvestres. Las celebraciones incluyen rituales de ofrenda a la tierra (pago a la Pachamama) para asegurar buenas cosechas.
Las danzas Tukllay y Negrillos narran historias de esclavitud, resistencia e identidad. Los danzantes recorren las calles en trajes vibrantes y máscaras, mientras la cruz es llevada a lo alto del cerro para bendecir los campos.
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Apurímac
Aquí, la festividad gira en torno a la relación con los apus protectores. En provincias como Abancay y Andahuaylas, la cruz es una aliada espiritual. Los pobladores se preparan durante semanas para bordar mantos, reunir alimentos y organizar a los músicos y danzantes.
En la comunidad de Chalhuanca, la celebración dura tres días, incluyendo concursos de danzas, competencias de fuerza física, misas en quechua y ofrendas agrícolas. Se sirve ají de papalisa, puchero y chicha morada para compartir con todos los asistentes.

Puno
En Puno, la fiesta toma matices más rituales. En comunidades como Lampa o Azángaro, los habitantes suben a los cerros antes del amanecer portando cruces, velas y coca. Allí hacen rituales de agradecimiento y lectura de hojas de coca. El retorno se acompaña de danzas como los Diablos de Puno o las Pandillas puneñas, que fusionan lo espiritual con lo festivo.
En Juliaca e Ilave, se preparan tanta wawas (panes con forma de bebés), velas talladas y comidas típicas como el chuño colado y la trucha al ajo. La cruz, aquí, no solo protege, también guía.
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Arequipa
En distritos tradicionales como Tiabaya, Cayma, Characato y Sachaca, la Cruz Velacuy se acompaña de procesiones con música de arpa y violín, muy característica de la región. Las cruces son veladas en casas patronales o pequeñas capillas familiares, donde se reparten platos típicos como el rocoto relleno, la ocopa arequipeña y el solterito de queso.
En los alrededores, los campesinos aún suben al Volcán Misti o al cerro Chachani a colocar cruces que protejan sus cultivos y hogares, uniendo el catolicismo con antiguas creencias sobre el poder de los volcanes.

Cajamarca
En Namora, Cospán y Encañada, la Fiesta de las Cruces se vive como parte del ciclo agrícola del maíz y la papa. Los pobladores construyen altares naturales con piedras, flores silvestres y alimentos, y visten las cruces con sombreros de paja, espigas, y telares bordados.
Las danzas típicas como Los diablos cajamarquinos acompañan la procesión, junto con orquestas rurales que fusionan instrumentos andinos con trompetas. Se sirven platos como el caldo verde, cuy frito con papa y mazamorra de calabaza.
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Ancash
En ciudades como Caraz, Yungay, Chacas y Huari, la Fiesta de las Cruces es una oportunidad para reforzar la identidad campesina. Las celebraciones se realizan en quechua, y las cruces están llenas de elementos visuales: frutas (naranjas, plátanos, manzanas), espejos, fotos de familiares fallecidos, pañuelos y pequeñas figuras religiosas.
Los rituales se acompañan de música tocada en wankar, pingullo y caja, y se comparten alimentos como el charqui con mote, sopa de trigo y pan de anís.

Junín
En Tarma, Jauja y Concepción, la Fiesta de las Cruces fusiona elementos andinos y coloniales. Las cruces son trasladadas por toda la ciudad en andas trabajadas con panes rituales, frutas, velas talladas y flores de papel. La festividad incluye danzas como el shapish o el huaylarsh, interpretadas por jóvenes vestidos con trajes coloridos y mascarillas de yeso.
Los rituales incluyen bendición del ganado, procesión por los campos y actividades familiares donde se sirve ceviche de trucha, cuy al horno y ponche de habas.
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Lima
En zonas altas como San Juan de Lurigancho, Villa María del Triunfo, El Agustino, Canta y Huarochirí, la fiesta ha sido conservada por comunidades migrantes de la sierra. Las cruces colocadas en los cerros protegen los barrios, y las velaciones se hacen en patios o capillas improvisadas, con música en vivo, rezos colectivos y comida comunitaria.
Aunque adaptada al contexto urbano, se mantienen elementos clave como la procesión al amanecer, los platos tradicionales como el mondongo o el cau cau, y la espiritualidad ancestral de agradecer y pedir por la familia.

Ropa y trajes tradicionales: símbolo de identidad y orgullo
Durante la Fiesta de las Cruces, los trajes no son solo decorativos: cada danza tiene un vestuario con un mensaje simbólico, que puede aludir a los esclavos africanos (negrillos), a los comerciantes (qollas), a los colonizadores (caporales), o incluso a guerreros míticos.
Los tejidos suelen ser elaborados por las mismas familias del pueblo, utilizando técnicas ancestrales con lana de alpaca y tintes naturales. Muchas prendas incluyen bordados con mensajes religiosos o símbolos de protección. La vestimenta se convierte así en una manifestación de identidad cultural y memoria colectiva.
Significado simbólico y espiritual
La Fiesta de las Cruces representa la unión de dos mundos: la cruz como símbolo cristiano y el cerro como entidad sagrada andina. Esta dualidad expresa la convivencia entre lo impuesto y lo ancestral, lo cual ha dado lugar a una identidad cultural única y profundamente espiritual.
Cada cruz tiene su propia historia, y cada comunidad su forma de rendirle culto. No es una fiesta uniforme, sino una celebración viva y cambiante que habla del alma colectiva de los Andes.
¿Por qué vale la pena vivir esta experiencia?
Porque es una experiencia profundamente auténtica. No se trata de una celebración para turistas, sino de una expresión real del sentir popular. Al presenciarla, no solo verás coloridas procesiones y danzas espectaculares, sino que también sentirás el pulso emocional de las comunidades que mantienen viva esta tradición con amor y orgullo.
Además, es una excelente oportunidad para:
- Conocer tradiciones que no aparecen en las guías convencionales.
- Compartir con pobladores locales en sus celebraciones más íntimas.
- Comprender la cosmovisión andina desde adentro.
- Participar en una fiesta colectiva que mezcla espiritualidad, arte y alegría.
Si estás planeando un viaje cultural auténtico, muchas experiencias como esta se pueden coordinar con una agencia de viajes en Perú, especialmente aquellas que promueven el turismo responsable y comunitario.
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Consejos si deseas asistir
- Lleva ropa abrigadora y calzado cómodo: muchas de las celebraciones ocurren en zonas altoandinas.
- Infórmate con anticipación: en algunas comunidades se celebra días antes o después del 3 de mayo.
- Respeta las costumbres locales: si vas a tomar fotos o participar en rituales, hazlo con respeto.
- Consulta si puedes hospedarte en casas rurales o con familias locales para vivir la experiencia de forma más cercana y auténtica.
Muchos viajeros combinan esta festividad con otros recorridos como Tours en Machu Picchu, donde también se pueden observar cruces ceremoniales en las montañas, o con Tours en Lima, donde algunas comunidades migrantes celebran la cruz en los cerros de la capital manteniendo viva la tradición andina.
Impacto cultural y preservación de la Fiesta de las Cruces
A pesar del paso del tiempo, esta fiesta se mantiene viva gracias a la transmisión oral, el compromiso comunitario y el orgullo cultural. Sin embargo, enfrenta ciertos riesgos:
- Migración: muchas familias han dejado las comunidades, dificultando la organización anual.
- Falta de apoyo: no siempre recibe respaldo logístico de las autoridades.
- Turismo desinformado: el mal manejo de visitantes puede poner en peligro el carácter sagrado del evento.
Conclusión
La Fiesta de las Cruces es mucho más que una expresión de fe: es un testimonio vivo de la identidad andina, una herencia cultural que ha sabido resistir el tiempo, las imposiciones externas y el olvido. Cada cruz adornada, cada danza ejecutada con devoción, cada cerro convertido en altar, revela una forma única de ver el mundo, donde lo espiritual y lo cotidiano se entrelazan.
Asistir a esta festividad es abrir una ventana al Perú profundo, ese que no siempre aparece en las postales, pero que late con fuerza en cada comunidad que honra a sus ancestros y a su tierra. Es también una invitación a reconectarnos con los ritmos de la naturaleza, con el valor de la comunidad y con una espiritualidad que trasciende religiones.