4 días
Fácil
3100 msnm
Choquequirao está metido entre montañas grandes, cerca del Salkantay. Le dicen la hermana de Machu Picchu, pero no tiene nada de turistas. Cuando llegás, ves terrazas enormes, plazas, restos de construcciones que están medio cubiertos por la vegetación. Todo eso armado por los incas, y todavía ahí.
El camino es duro: bajás un montón, cruzás el río y después subís de nuevo. Pero cuando llegás al sitio, con todo lo que lo rodea, se siente especial. Es para gente que quiere caminar, transpirar, y ver algo real, sin filtro.
¿Por qué amarás esta experiencia?
¿Estás listo para el viaje de tu vida? ¡Nos vemos en Choquequirao!
Choquequirao no es un lugar al que se llega por casualidad. Hay que ganárselo. Durante cuatro días, el camino te lleva por uno de los paisajes más impresionantes del sur del Perú: montañas inmensas, quebradas profundas, selvas altas y senderos antiguos que parecen suspendidos en el tiempo.
La caminata comienza con una vista que corta la respiración: el Cañón del Apurímac desde Capuliyoc. Desde ahí, el descenso es constante, cruzando climas y ecosistemas hasta llegar al río. El esfuerzo se siente, pero también se disfruta. No hay apuro. Cada paso vale la pena.
Al llegar a Choquequirao, la recompensa es enorme. La ciudadela aparece entre la vegetación como si la selva la estuviera protegiendo. No hay multitudes. Solo tú, el grupo, y las estructuras incas que siguen ahí, resistiendo el paso de los siglos. Recorrer sus terrazas, templos y plazas es algo difícil de explicar. No hay prisa por salir.
Las noches se pasan en campamentos sencillos, bajo cielos limpios y estrellados. Es ahí donde realmente se siente la desconexión: sin señal, sin ruido, solo el sonido del río y del viento en los árboles.
El último día, antes de regresar a Cusco, hay una parada que cierra el viaje con broche de oro: el Monolito de Sayhuite. Una enorme piedra tallada con canales, figuras y símbolos que muestran el conocimiento hidráulico de los incas. Un lugar poco visitado, pero profundamente fascinante.
Este no es un tour para cualquiera. Es para quienes buscan algo real. No hay hoteles, ni lujos. Lo que hay es camino, historia, esfuerzo, compañía, silencio y asombro. Si eso es lo que estás buscando, este viaje es para ti.
El día comienza muy temprano. Salimos de Cusco en vehículo rumbo a Capuliyoc, donde empieza la caminata. Desde ese punto ya se ve la inmensidad del Cañón del Apurímac, una vista que sorprende incluso a los que ya han estado aquí antes.
Comenzamos el descenso por un sendero zigzagueante rodeado de montaña. El calor va subiendo a medida que perdemos altitud. Hacemos una pausa para almorzar en Chiquisca, un pequeño paraje rodeado de vegetación, ideal para recuperar fuerzas.
Después del descanso seguimos bajando hasta el río Apurímac, lo cruzamos por un puente colgante y de inmediato empieza la subida. El ascenso a Santa Rosa es exigente, pero el entorno lo compensa. Llegamos al campamento al atardecer, con tiempo para cenar algo caliente y descansar.
Despertamos temprano para afrontar la subida a Marampata. Es una cuesta constante, y el sol de la mañana hace que se sienta más intensa. Pero a medida que se gana altura, las vistas del valle se vuelven espectaculares.
Al llegar a Marampata todo cambia: el terreno se nivela y se respira otro aire. Desde allí seguimos hasta Choquequirao, caminando por un sendero que parece flotar sobre el cañón. Al llegar, el sitio arqueológico se abre ante nosotros como un secreto bien guardado.
Exploramos la ciudadela con calma: las terrazas, los templos, los muros que siguen en pie después de siglos. No hay multitudes, solo naturaleza y ruinas que cuentan su propia historia.
Almorzamos en el lugar con vistas privilegiadas y regresamos a Marampata para pasar la noche.
Iniciamos el descenso después del desayuno. La ruta es conocida, pero la bajada exige buen paso y concentración. Paramos en Santa Rosa para tomar aire, luego seguimos hasta Playa Rosalina, donde nos espera el almuerzo, junto al río, en plena naturaleza.
Por la tarde, comenzamos a subir de nuevo. El camino hacia Chiquisca no es largo, pero después del esfuerzo del día se siente. Al llegar al campamento, la recompensa es una cena en grupo y una noche tranquila bajo un cielo despejado.
El último día arrancamos temprano para subir de regreso a Capuliyoc. El tramo es corto, pero empinado, así que tomamos nuestro tiempo. Una vez en la cima, nos despedimos del cañón con una última mirada.
Desde allí tomamos el transporte que nos lleva a Sayhuite, donde hacemos una parada especial. El monolito que se encuentra allí está lleno de figuras talladas en piedra: canales, animales, formas geométricas. Un ejemplo fascinante del conocimiento hidráulico de los antiguos incas.
Después de la visita, volvemos a Cusco con la sensación de haber vivido una experiencia única, fuera del circuito turístico tradicional.
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